Textos clave: Juan 6:14; 9:1-34; 11:1-44.
Considera de nuevo el asombroso hecho de que el divino y eterno Hijo de Dios se despojó de sí mismo y se hizo Dios en la carne. Esta impresionante realidad está abundantemente corroborada en las Escrituras. Nuestras limitadas facultades humanas se ven abrumadoramente desafiadas al intentar comprender tan inmensurable hecho. Para ayudarnos en este esfuerzo, Dios ha hecho todo lo posible para que podamos comprender, en la medida de lo posible, esta verdad bíblica indispensable para la salvación.
Esta semana consideraremos tres milagros que constituyen una prueba definitiva de la divinidad de Cristo. Estos milagros ciertamente proporcionan evidencia adicional de que Jesús era más que un simple ser humano. Consideremos, a modo de ejemplo, su transfiguración en el monte, donde su círculo íntimo de tres discípulos fue testigo de su deslumbrante gloria divina. De repente, "se transfiguró ante ellos. Su rostro resplandeció como el sol y su vestimenta se volvió blanca como la luz" (Mat. 17:2). Además, este milagro fue claramente atestiguado por Moisés resucitado y Elias, quien había sido trasladado al Cielo.
¿Quién puede negar la manifestación de la divinidad de Jesús en el milagro de la alimentación de los cinco mil? Tal fenómeno fue único, sin precedentes en la historia. Aunque algunos creyeron, otros, asombrosamente, no lo hicieron a pesar de las claras evidencias. Cuán trágico fue que la terquedad y el orgullo llevaran a estos últimos a elegir las tinieblas en lugar de la Luz del mundo, quien estaba allí mismo, delante ellos. El gran YO SOY, a quien su venerado profeta Moisés conocía, habitaba entre ellos, pero se negaron obstinadamente a recibirlo como su Mesías.
El pan temporal en la alimentación de los cinco mil tenía por objeto dirigir la atención del pueblo hacia Cristo, el Pan de vida, que da y sostiene no solo la vida corporal, sino la eterna. Reflexionando más acerca de la expresión "YO SOY" en el contexto del Evangelio de Juan, nos damos cuenta de que este estaba especialmente atento a la representación divina de Dios revelada a Moisés en la zarza ardiente: "Dios respondió a Moisés: 'Yo soy el que soy' " (Éxo. 3:14)- Jesús se aplicó este título directamente a sí mismo en afirmaciones como: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Juan 14:6), y "Yo soy la resurrección y la vida" (Juan 11:25).
En Juan 9:1 al 34, el poder divino de Jesús también se manifestó en la curación del ciego y se amplió en Juan 11, en el asombroso milagro de resucitar a Lázaro. En el siguiente comentario estudiaremos más a fondo estos dos milagros.
¡Qué acontecimiento estupendo será ver el rostro de Jesús y que nuestra carne mortal sea transformada, modelada según su propio cuerpo inmortal y glorioso! Lo conoceremos, experimentaremos su amor y pasaremos la eternidad en su presencia, sin agotar nunca el tema de su amor incomparable ni comprender plenamente su naturaleza eterna.
"Realmente este es el profeta" (Juan 6:14)
Cuando Cristo alimentó a los cinco mil con los pocos y sencillos ingredientes del almuerzo de un niño, quienes presenciaron el milagro dijeron esto de Jesús: "Realmente este es el profeta que había de venir al mundo" (Juan 6:14). Estas palabras remiten a las que pronunció Moisés, quien fue una prefiguración histórica o tipo de Jesús: "Un Profeta de en medio de los tuyos, de tus hermanos, como yo, te levantará el Señor tu Dios; a él oirás" (Deut. 18:15).
Es razonable pensar en Moisés como un tipo de Jesús. Por ejemplo, Moisés y Jesús son similares en su misión de liberar a la gente de la esclavitud. De todos los personajes bíblicos, Moisés es quien más se parece a Jesús en su ministerio de intercesión. Cuando Israel se rebeló contra Dios en el desierto adorando el becerro de oro, Moisés se ofreció a morir en su lugar, como su sustituto. Éxodo 32:32 registra el conmovedor relato de la súplica de Moisés a Dios para que perdonara la vida a su pueblo rebelde: "Te ruego que perdones su pecado. Y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito".
La abnegada entrega de Moisés a su pueblo descarriado y su petición de morir en lugar de los demás es admirable. Pero un ofrecimiento tan bondadoso no puede perdonar el pecado y conmutar su pena, la muerte, pues solo el sacrificio del divino "Profeta" Jesús puede lograr tal hazaña. Solo Jesús posee la justicia y la vida necesarias para hacer sustitución por nuestro pecado y nuestra muerte.
La curación del ciego (Juan 9:1-34)
Como vimos la semana pasada acerca del paralítico, este estuvo en ese estado desesperado durante 38 años. Pero el ciego de Juan 9 era "ciego de nacimiento" (Juan 9:1). Imagina lo que significa no haber tenido nunca la oportunidad de ver nada ni a nadie.
Además, este pobre ciego no solo sufría físicamente, sino también espiritual, mental y emocionalmente. La percepción pública era que los enfermos de la sociedad padecían a causa de sus propios pecados o de los de sus padres. Se hizo creer al ciego que no solo los demás lo consideraban culpable, sino Dios también lo miraba con malos ojos.
Esta idea errónea también estaba en la mente de los discípulos; de allí su pregunta: "Rabí, ¿quién pecó, este o sus padres, para que naciera ciego?" (Juan 9:2). En su deseo de culpar a alguien, se parecían a muchos cristianos bienintencionados pero equivocados de hoy. Del mismo modo, los amigos equivocados de Job intentaron culparlo de su terrible tragedia y enfermedad.
La respuesta de Jesús amplió la visión de sus discípulos acerca de su misión, llevándola a un nivel superior. Dios deseaba utilizar la ceguera de este hombre para revelar su poder sanador. Además, este milagro pretendía revelar que Cristo es el dador de la vida eterna y la sabiduría, quien inspira a las personas mediante la luz de su verdad y de la salvación. Cristo vinculó su obra con la luz del día: "Tengo que hacer las obras del que me envió mientras es de día. La noche viene, cuando nadie puede obrar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo" (Juan 9:4, 5).
Material auxiliar para el maestro // Lección 2
Qué revelador e irónico es el hecho de que los dirigentes religiosos, con su vista física intacta, se negaran obstinadamente a ver la luz de Cristo que brillaba a su alrededor. En consecuencia, se sumergieron voluntariamente y cada vez más en la oscuridad espiritual hasta que su ceguera respecto de la luz verdadera fue irreversible. Por el contrario, la apertura del ciego a la luz de Cristo no solo le permitió ver físicamente, con sus ojos, sino también le permitió obtener la visión espiritual iluminada necesaria para reconocer a Jesús como el Hijo de Dios, el único digno de adoración.
Jesús podría haber curado a este ciego inmediatamente. Pero, por sus propias y sabias razones, quiso que el hombre afligido participara en su propio proceso de curación. Después de usar saliva para hacer arcilla, el Salvador untó el preparado en los ojos del ciego. Las manos que hicieron y aplicaron ungüento eran las manos del propio Sanador y Creador, quien dio forma a la Tierra y a las estrellas. El ciego, así ungido con arcilla, obedeció las palabras de Cristo e inmediatamente se dirigió al estanque de Siloé para lavarse. Al hacerlo, quedó instantáneamente curado. Comparemos esta historia con la narración del Antiguo Testamento acerca de Naamán, general del ejército sirio. El profeta Eliseo ordenó a Naamán que se lavara siete veces en el río Jordán para curarse de la lepra. Al principio, Naamán se opuso enérgicamente. Pero luego cedió, se lavó, y quedó milagrosamente limpio.
La arcilla húmeda no contenía propiedades mágicas; solo Cristo era el verdadero Sanador. El Salvador se limitó a utilizar esta sustancia como conducto de su poder. Además, podemos argumentar que Jesús utilizó simples agentes curativos para fomentar su uso en la curación. "La curación sólo podía ser producida por el poder del gran Sanador; sin embargo, él hizo uso de los simples agentes naturales. Aunque no apoyó la medicación con drogas, aprobó el uso de remedios sencillos y naturales" (Elena de White, El Deseado de todas las gentes, pp. 763, 764).
¿Es Jesús tan capaz y está tan dispuesto a sanar hoy, instantánea o gradualmente, mediante milagros directos y remedios sencillos? ¿Cómo deberíamos participar en su ministerio de sanación como sus representantes? Reflexiona acerca de la siguiente declaración inspirada: "[JesúsJ está tan deseoso de sanar a los enfermos ahora como cuando estaba personalmente en la tierra. Los siervos de Cristo son sus representantes, los conductos por los cuales ha de obrar. Él desea ejercer a través de ellos su poder curativo" (£/ Deseado de todas las gentes, p. 763)-
La resurrección de Lázaro (Juan 11:1-44)
Jesús dijo a Marta: "Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá" (Juan 11:25). Nótese, de nuevo, que Jesús utiliza la identificación divina "YO SOY" para destacar el hecho de que él no se limita a dar la vida, sino que él es la Vida misma. Esta promesa garantiza su cumplimiento cuando Jesús regrese para llevar a sus seres queridos a casa. Quienes duermen en Cristo serán despertados en una fracción de segundo en ocasión de la resurrección, como si no hubiera transcurrido el tiempo.
Quienes descansan en Jesús lo hacen como si ya hubieran resucitado de entre los muertos, pues ya comparten la vida y el destino eternos de Cristo. Jesús afirmó esta gloriosa realidad al asegurar a sus discípulos: "Porque yo vivo, ustedes también vivirán" (Juan 14'-19)- Jesús es la Vida misma, la Vida y el Dador de ella. Al creer en estas verdades bíblicas, no deberíamos temer a la muerte. En su primera epístola, Juan reitera esta verdad: "Este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida" (1 Juan 5:11,12).
Esta gloriosa esperanza es lo que el mundo necesita desesperadamente, pues nadie posee la vida excepto Cristo. Él es la única y perfecta solución para evitar la desaparición de la humanidad. Esta verdad es la mejor noticia, ¡y debemos estar ansiosos por compartirla con un mundo moribundo! "En Cristo hay vida original, que no proviene ni deriva de otra. [...] La divinidad de Cristo es la garantía que el creyente tiene de la vida eterna" (Elena de White, El Deseado de todas'las gentes, p. 489).
Reflexiona acerca de las siguientes preguntas y respóndelas:
1. Considera el término bíblico "profeta". ¿Por qué la Biblia se refiere a Jesús como tal? Esta designación puede tender a confundir a algunas personas ya que él no fue simplemente un profeta. Por ejemplo, los musulmanes creen que Jesús fue un profeta. Sin embargo, nosotros creemos que Jesús también es el divino Hijo de Dios y el Salvador del mundo.
2. Moisés sirvió como tipo o prefiguración de Cristo en su intercesión por el pueblo rebelde de Dios. Cristo intercedió por quienes lo crucificaban. ¿Quién en el libro de Hechos se asemeja más a Jesús al interceder por sus enemigos? ¿Cómo puede ese paralelismo instruirnos acerca de cómo debemos ver a nuestros perseguidores?
3. ¿Por qué la ceguera espiritual es incurable excepto por la intervención sanadora de Dios?
4. Jesús dijo que los pecados de los padres del ciego no fueron la causa de su sufrimiento. ¿Cómo concilias esta verdad con Éxodo 20:5, donde Dios dice: "Visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y la cuarta generación de los que me aborrecen"?
5. Aunque está muy claro en Juan 14:19 y 1 Juan 5:11 y 12 que tenemos la seguridad de la salvación en Cristo, ¿por qué, entonces, es un reto actualizar esta seguridad en nuestra vida? ¿Cómo explicamos que un creyente tema morir?