Como hemos visto, la Ley y la gracia no se oponen entre sí. Por el contrario, cumplen funciones diferentes de acuerdo con el amor y la justicia de Dios. Un fuerte contraste entre la Ley y la gracia habría desconcertado a los antiguos israelitas, que veían en la entrega de la Ley por parte de Dios una gran muestra de su gracia. Mientras que los "dioses" de las naciones circundantes eran volubles, totalmente impredecibles y no comunicaban a sus adoradores qué deseaban o cómo complacerlos, el Dios de la Biblia instruye muy claramente a su pueblo acerca de lo que le agrada: lo que es para el bien de todo su pueblo, individual y colectivamente.
Sin embargo, la Ley no puede salvarnos del pecado ni transformar los corazones humanos. Como consecuencia de nuestra pecaminosidad innata, necesitamos un nuevo corazón, un trasplante espiritual.
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Jeremías 31:31 al 34.
CB ¿Qué nos enseña este texto acerca de la promesa divina de darnos un corazón nuevo? Compara esto con lo dicho por Cristo a Nicodemo en Juan 3:1 al 21 acerca del nuevo nacimiento. Ver también Hebreos 8:10.
Los Diez Mandamientos fueron escritos por Dios mismo en tablas de piedra (Éxo. 31:18), pero la Ley también debía estar escrita en los corazones de su pueblo (Sal. 37:30, 31). La Ley de amor de Dios no debería ser algo externo a nosotros, sino algo inscripto en nuestro carácter. Solo Dios podía inscribir su Ley en los corazones humanos, y prometió hacerlo en favor del pueblo de su Pacto (ver Heb. 8:10).
No podemos salvarnos por cumplir la Ley. En cambio, nos salvamos por gracia mediante la fe, no por nosotros mismos, sino como un don de Dios (Efe. 2:8). No guardamos la Ley para ser salvos, sino porque ya lo somos. No guardamos la Ley para ser amados, sino porque somos amados, y por eso deseamos amar a Dios y a los demás (compara con Juan 14:15).
■ ¿Dónde radica tu esperanza respecto del Juicio? ¿En tu diligente y fiel cumplimiento de la Ley o en la justicia de Cristo, que te cubre? ¿Qué te dice tu respuesta acerca de la función de la Ley de Dios, acerca de lo que ella puede hacer y de lo que no es posible para ella?
El Señor vio nuestra condición caída. Vio nuestra necesidad de gracia, y porque amaba nuestras almas, nos ha dado gracia y paz. La gracia significa un favor para alguien que no lo merece, para alguien que está perdido. El hecho de que seamos pecadores, en vez de rechazarnos apartándonos de la misericordia y del amor de Dios, hace que la práctica del amor de Dios sea para nosotros una necesidad positiva a fin de que seamos salvados. Cristo dice: "No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca". Juan 15:16 (Mensajes selectos, t. 1, págs. 407, 408).
Cristo intercede por la raza perdida mediante su vida inmaculada, su obediencia y su muerte en la cruz del Calvario. Y ahora el Capitán de nuestra salvación intercede por nosotros no solo como un solicitante, sino como un vencedor que exhibe su victoria. Su ofrenda es completa, y como nuestro intercesor ejecuta la obra que se ha impuesto a sí mismo, sosteniendo ante Dios el incensario que contiene sus propios méritos inmaculados y las oraciones, las confesiones y los agradecimientos de su pueblo...
Cristo puede salvar hasta lo sumo a todos los que se acercan a él con fe. Si se lo permiten los limpiará de toda la contaminación; pero si se aferran a sus pecados no hay posibilidad de que sean salvos, pues la justicia de Cristo no cubre los pecados por los cuales no ha habido arrepentimiento. Dios ha declarado que aquellos que reciben a Cristo como a su Redentor, aceptándolos como Aquel que quita todo pecado, recibirán el perdón de sus transgresiones (Comentarios de Elena G. de White, en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 7, p. 942).
Hay dos errores contra los cuales los hijos de Dios, particularmente los que apenas han comenzado a confiar en su gracia, deben guardarse en forma especial. El primero, en el cual ya se ha insistido, es el de fijarnos en nuestras propias obras, confiando en algo que podamos hacer para ponernos en armonía con Dios. El que está procurando llegar a ser santo mediante sus esfuerzos por observar la ley, está procurando una imposibilidad. Todo lo que el hombre puede hacer sin Cristo está contaminado de egoísmo y pecado. Sólo la gracia de Cristo, por medio de la fe, puede hacernos santos.
El error opuesto y no menos peligroso consiste en sostener que la fe en Cristo exime a los hombres de guardar la ley de Dios, y que en vista de que solo por la
fe llegamos a ser participantes de la gracia de Cristo, nuestras obras no tienen nada que ver con nuestra redención.
Cuando el principio del amor es implantado en el corazón, cuando el hombre es renovado a la imagen del que lo creó, se cumple en él la promesa del nuevo pacto: "Pondré mis leyes en su corazón, y también en su mente las escribiré". Hebreos 10:16 . Y si la ley está escrita en el corazón, ¿no modelará la vida? La obediencia, es decir el servicio y la lealtad que se rinden por amor, es la verdadera prueba del discipulado. En vez de eximir al hombre de la obediencia, la fe, y solo ella, nos hace participantes de la gracia de Cristo, y nos capacita para obedecer (El camino a Cristo, pp. 60, 61).
Juan 8:54-58
1 Corintios 1:26-29
26 Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois
muchos
sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos
nobles; 27 sino que lo necio del mundo escogió Dios,
para
avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió
Dios,
para avergonzar a lo fuerte; 28 y lo vil del mundo y lo
menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para
deshacer lo que
es, 29 a fin de que nadie se jacte en su presencia.