EL DIOS GLORIOSO QUE SE DA A CONOCER
Texto bíblico para el estudio: Éxodo 33:1-34:35
Dios ordenó a Israel que partiera desde el monte Sinaí y se dirigiera a la tierra que había prometido solemnemente a Abra-ham, Isaac y Jacob (Éxo. 33:1). Tras casi un año de permanencia en el Sinaí (Éxo. 19:1; Núm. 10:11), los israelitas debían avanzar y continuar su viaje hacia la Tierra Prometida. Durante su estancia en el Sinaí, Dios hizo un pacto con ellos y buscó traerlos a una relación especial con él. Les dio el Decálogo y muchas instrucciones adicionales acerca de cómo ser una nación sabia, justa, bondadosa, disciplinada y bien organizada (Deut. 4:5-10). Era hora de seguir adelante. Sin embargo, Dios declaró: "Yo no los acompañaré" (Éxo. 33:3, NVI). Este pronunciamiento se debió a la apostasía con el becerro de oro. La santa presencia de Dios en medio de Israel era incompatible con la obstinada desobediencia del pueblo y causaría su destrucción.
Cuando el pueblo se enteró de esta devastadora noticia, se lamentó y "se despojaron de sus atavíos" (vers. 6). Algunas traducciones muestran correctamente que eso no se hizo solo por esa situación, sino que era ahora una conducta permanente: "Entonces los israelitas se despojaron de sus atavíos desde el monte Horeb" (vers. 6). Una vez más, Moisés suplicó al Señor que estuviera con ellos y los guiara: "Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí" (vers. 15). Dios respondió y aseguró a Moisés que los guiaría: "También haré esto que has dicho" (vers. 17).
La manifestación que Dios hizo de su carácter a Moisés es el corazón teológico del libro de Éxodo (Éxo. 34:6, 7) y de toda su revelación. Según el Pentateuco, esa manifestación divina tuvo lugar en ocasión del último de los ascensos de Moisés al monte para tener allí encuentros especiales con el Señor. Por tercera vez, pasó cuarenta días y cuarenta noches con su Señor (cf. Deut. 9:9,18, 25). Moisés estaba creciendo en su relación con Dios, por lo que este pudo comunicarle una revelación más completa acerca de sí mismo. Además de estos ascensos, Moisés interactuaba con el Señor en la "tienda del encuentro", que estaba situada fuera del campamento de Israel (esta tienda no era el Tabernáculo, que sería levantado más tarde en el centro del campamento). El texto bíblico destaca el hecho de que durante ese tiempo surgió una amistad entre Dios y Moisés, y que el Señor se comunicaba con él "cara a cara" (Éxo. 33:11).
La expresión "cara a cara" no significa que Moisés viera literalmente el rostro de Dios (vers. 20), sino que había una relación de profundo afecto y una comunicación directa entre ambos. Esa frase es una expresión idiomática que designa una cercanía íntima. Esto se desprende de la situación descrita en Deuteronom io 5:4, donde Moisés recuerda en su discurso a los israelitas que el Señor hablaba directamente con ellos en estrecha proximidad: "Cara a cara habló el Señor con nosotros en el monte desde el fuego". A pesar de la cercanía de Dios a ellos, lamentablemente mantuvieron a una relación distante con su Señor.
El libro de Éxodo LA GLORIA DE DIOS
En cierta ocasión, Moisés se dio cuenta de que no conocía al Señor como era debido, así que le dijo: "Ya que gozo de tu favor, te ruego que me muestres tu camino, para que te conozca" (Éxo. 33:13). Moisés deseaba humildemente conocer mejor a Dios, por lo que le pidió decididamente: "Te ruego que me muestres tu gloria" (vers. 18). Dios respondió amablemente a Moisés que le mostraría su bondad (vers. 19). Esta contestación divina revela que la gloria de Dios es su bondad. Más tarde, cuando Moisés estuvo con el Señor en el Sinaí, Dios le reveló su carácter (Éxo. 34:6, 7). En otras palabras, 1-a gloria de Dios es su carácter, y la bondad del Señor es un resumen del carácter de divino.
La expresión "hallar gracia" (Éxo. 33:12-17) es clave en este pasaje, donde aparece cinco veces (vers. 12,13 [dos veces], 16,17; Éxo. 34:9). El uso anterior del término "favor" o "gracia" en Éxodo se refería a que los israelitas hallarían "gracia" ante los egipcios porque el Señor les daría "gracia ante los egipcios", quienes, por tanto, les darían oro, plata y vestiduras en el momento de su salida de Egipto (Éxo. 3:21; 11:3; 12:36). El uso de dicha expresión en nuestro pasaje es teológico, especialmente a la luz de Éxodo 34:6, donde se explica que Dios es "compasivo" pues concede gracia. Es decir, un favor inmerecido. Moisés pide humildemente 1a gracia de Dios; es decir, una respuesta favorable.
Dios había explicado previamente a Moisés quién era. Moisés ya conocía a Dios en virtud de sus numerosas interacciones anteriores con él: su tiempo con el Señor en Madián, los milagros realizados ante el Faraón, las maravillas de las diez plagas y la apertura del Mar Rojo, el cuidado de Dios para con su pueblo en el desierto, la ocasión en que escuchó a Dios hablar desde el Sinaí, y así sucesivamente. Ahora, Moisés quería comprender mejor a Dios y estaba dispuesto a recibir una percepción más profunda del Señor.
Dios puede darnos una visión de sí mismo y de la verdad solo en la medida en que seamos capaces de entender. Moisés se desarrolló como resultado de su progresiva experiencia personal con el Señor, de modo que Dios pudo revelarle mucho más acerca de sí mismo.
Moisés subió de mañana temprano a la montaña. Tuvo que llevar consigo dos tablas de piedra, que debió cincelar personalmente porque había roto las originales (vers. i). Esto pudo haber sido una leve reprimenda dada a Moisés por lo que había hecho, pero Dios volvió a escribir misericordiosamente las Diez Promesas en las nuevas tablas. El Señor se manifestó gloriosamente a Moisés en la nube (cf. Núm. 11:25; Deut. 33:26; Dan. 7:13).
El Señor hizo una revelación de sí mismo al declarar lo siguiente acerca de sí mismo:
• Es el Señor: es decir, el Dios personal, eterno y activo que interviene en los asuntos humanos. Él es el Dios del pacto.
• Es compasivo: sufre con nosotros (Isa. 63:9).
• Es bondadoso: nos da lo que no merecemos.
• Es lento para la ira: es extremadamente paciente.
• Es grande en amor y fidelidad.
• Mantiene su invariable amor por miles de generaciones.
• Perdona el pecado en respuesta al arrepentimiento.
• Es justo.
La última parte de la revelación que Dios hizo de sí mismc desconcierta a muchos: "No deja sin castigo al culpable, sin< que castiga la maldad de los padres en los hijos y en los nietos hasta la tercera y la cuarta generación" (Éxo. 34:7, NVI). ¿l'o qué castigaría Dios a las personas hasta la tercera y cuan generación? Este versículo se hace eco de la descripción de 1 segunda promesa presente en los Diez Mandamientos, segu la cual el Señor castiga "la maldad de los padres sobre los h i je hasta la tercera y la cuarta generación de los que me aborrecei Pero trato con invariable amor por mil generaciones a los qi me aman y guardan mis mandamientos" (Éxo. 20:5, 6).
Es necesario tener en cuenta los siguientes hechos. l\i empezar, Dios está usando participios (es decir, acciones con nuas) al describir a las siguientes generaciones que deberían ser castigadas, lo que significa que sus integrantes continuarían en los mismos caminos perversos que sus antecesores (la generación anterior) y adoptarían comportamientos y actitudes perversas similares: "Aborrecen" al Señor y lo que él representa. Por lo tanto, son culpables. Por otro lado, nótese que Dios bendice a los que lo "aman" y "guardan" sus mandamientos (una acción también expresada mediante participios). En segundo lugar, nótese el equilibrio existente entre la justicia de Dios y su misericordia: castiga a la tercera y cuarta generación de los malvados, pero prodiga su amor a miles de generaciones. En tercer lugar, no era raro que tres o cuatro generaciones a menudo vivieran juntas, por lo que dentro del mismo hogar las actitudes erróneas se contagiaban, por así decirlo, de una generación a la siguiente. Ezequiel 18 explica perfectamente el equilibrio existente entre la justicia y la misericordia divinas en su trato con las diferentes generaciones dentro de una misma familia.
Moisés pide al Señor que conduzca a su pueblo a la Tierra Prometida. Dios le asegura que haría un pacto con Israel y realizaría "maravillas nunca hechas en toda la tierra" (Éxo. 34:ro). El resultado sería que las naciones verían "la tremenda obra que yo, el Señor, haré por medio de ti" (vers. 10). Dios quiere derramar muchas bendiciones sobre su pueblo, pero eso depende de que sus integrantes mantengan una relación viviente con él. El Señor les recuerda como un padre amoroso lo que es esencial, lo que deben hacer y lo que deben evitar: (i) No hacer tratados con idólatras, (2) no fabricar ídolos, (3) celebrar la Pascua, (4) dar los primogénitos al Señor o redimirlos, (5) ser generosos, (6) descansar el sábado, (7) celebrar Pentecostés y la Fiesta de la Recolección, (8) no ofrecer la sangre de los sacrificios con levadura, (9) traer las primicias a la casa del Señor, y (10) no cocer un cabrito en la leche de su madre. De esa manera, si se mantenían cercanos a Dios, él expulsaría a las naciones
de su presencia y ampliaría su territorio, lo cual es destacado dos veces en los vers. n y 24.
Éxodo 34 termina registrando el descenso de Moisés del monte Sinaí. Su rostro reflejaba la gloria de Dios, pero él no era consciente de ello (vers. 29). Las personas que brillan no saben que eso está ocurriendo. Cuanto más cerca estamos del Señor, más agudamente vemos nuestra imperfección a la luz de la santidad divina, y más deseamos que él nos transforme a su imagen para que podamos reflejar la belleza de su carácter. 1
Moisés consideraba importante estar en la presencia de Dios, pero eso no era suficiente. Era crucial que él fuera receptivo al amor, la gracia y la compasión del Señor. La comprensión que Moisés tenía de la bondad de Dios y su disposición a ser transformado por él hicieron brillar su rostro (Rom. 2:4; 12:1, 2).
Cuando el apóstol Pablo reflexiona sobre el rostro resplandeciente de Moisés, subraya que la gloria de Jesús supera la de Moisés. Cristo y sus enseñanzas pueden grabarse en nuestro carácter cuando fijamos nuestros ojos en él, porque al contemplarlo, y por el poder del Espíritu de Dios, creceremos gradualmente y seremos transformados a su semejanza (2 Cor. 3:18).