Lo que resultará claro en este recorrido por el Evangelio de Marcos es que no solo hay secreto en este libro, sino también una asombrosa revelación. Una combinación que podría perfectamente recibir el nombre de “el motivo teológico del secreto/revelación”, que recorre el Evangelio de Marcos, aunque finalmente el secreto súbitamente deja de serlo y es reemplazado por una asombrosa revelación de Jesús. Marcos puede ser dividido en dos secciones, o mitades. Desde su primer capítulo y hasta cerca del final del octavo, trata con el crucial interrogante acerca de quién es Jesús. La respuesta se presenta en sus enseñanzas y milagros: una y otra vez él derrota al mal, trae esperanza a los oprimidos y enseña verdades irrefutables que llegan hasta el corazón mismo de la existencia humana. Todo esto proclama al lector que él es el Mesías, el Cristo, aquel a quien el pueblo hebreo había estado esperando por tanto tiempo.
Sin embargo, recién en la segunda mitad del libro una persona no endemoniada declara acertadamente quién es él y da, así, respuesta a la pregunta de la primera mitad: ¿Quién es Jesús? Y esa persona es Pedro, quien asevera: “Tú eres el Cristo” (Mar. 8:29). La segunda mitad de Marcos, desde Marcos 8:31 hasta el final del libro, responde la otra pregunta: ¿A dónde está yendo Jesús? La respuesta es estremecedora. Está yendo a la cruz, a la más ignominiosa y vergonzosa forma de morir en el mundo romano. Sobre todo, este es un destino insospechado por la gente para el Mesías. Sus seguidores esperan que derrote a Roma y establezca a Israel como una poderosa nación.
Los atónitos discípulos no logran comprender lo que les está diciendo. A medida que el libro avanza, preguntan cada vez menos acerca de ese doloroso tópico, hasta quedar reducidos al silencio cuando finalmente se ven frente a la indeseada verdad.
Las cosas lucen cada vez más sombrías a medida que Jesús confronta a los líderes religiosos que traman su desaparición. Los discípulos, esperanzados con un reino glorioso, quedan perplejos ante un arresto, un juicio y una crucifixión que desafían sus expectativas. Pero, en medio de todo esto, Jesús mantiene un claro y consistente mensaje acerca de adónde se dirige y lo que significa el hecho de que morirá y resucitará. El pan y la copa de la última cena representarán su cuerpo y su sangre (Mar. 14:22-25), y él llegará a ser un rescate para muchos (Mar. 10:45).
Esto no significa que fue a la cruz con una calma estoica. En Getsemaní, luchó con la decisión (Mar. 14:32-42), y en la cruz exclamó con desesperación: “Padre mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mar. 15:34).
El evangelio de Marcos nos muestra la oscuridad que Cristo experimentó, el costo de nuestra salvación. Pero la cruz no es el fin del recorrido. Después de su resurrección, él planificó una reunión con sus discípulos en Galilea y, como sabemos, nació la iglesia cristiana. Es una historia extraordinaria narrada en un estilo conciso y ágil, con poco comentario de parte del escritor mismo del Evangelio, quien se limita a narrar la historia y permite que las palabras, los hechos y las acciones hablen por sí mismos acerca de la vida y la muerte de Jesús de Nazaret.