Textos clave: Marcos 13:26, 27. Enfoque del estudio: Marcos 13.
1. Qué es la escatología. 2. La escatología en Marcos 13: el análisis de su contexto interno y la perspectiva de Elena de White acerca del tema.
El Diccionario Eerdmans de la Biblia afirma que “la escatología (del griego esjatos,
‘último’) se refiere a las expectativas respecto de un tiempo final, ya sea el fin de la
historia, del mundo mismo o de la era actual” (John T. Carroll, “Escatología”, Diccionario Eerdmans de la Biblia [Grand
Rapids: Eerdmans, 2000], p. 420).
Un elemento básico de la escatología bíblica es que implica un cumplimiento
futuro. Específicamente, se refiere a una declaración predictiva y a su cumplimiento
posterior. Es importante señalar que las expresiones bíblicas “fin de los tiempos” o
“cumplimiento de los tiempos” están relacionadas no solo con la parusía, o segunda
venida de Jesús y el fin del mundo; la escatología incluye también el cumplimiento de
un anuncio relativo al fin de una época o al comienzo de una nueva. Tal es el caso de
Marcos 1:15, donde Jesús mismo proclama que “el tiempo se ha cumplido”. No cabe
duda de que el cumplimiento al que aquí se hace referencia está relacionado con la
profecía de las 70 semanas. Otro ejemplo de cumplimiento escatológico es el caso
de la abominación desoladora mencionada en Daniel 9 y referida a la destrucción de
Jerusalén, como estudiaremos aquí. La escatología de Marcos 13 incluye un análisis
de estas dos profecías predictivas, las 70 semanas y la abominación desoladora, y
de sus cumplimientos futuros
Empecemos por considerar una cuestión fundamental: ¿Por qué existe la
escatología en la literatura bíblica? Posiblemente porque la escatología bíblica
pretende mostrar que el Señor tiene el control de la historia, que todo fluye según
sus designios. Sin embargo, la escatología tiene un propósito adicional: mantener
al pueblo de Dios informado acerca del cumplimiento de las profecías divinas,
incluidas las relacionadas con la parusía, o segunda venida de Cristo. Esa información anticipada resulta de beneficio para los creyentes. Por lo tanto, podemos
decir que la escatología es el evangelio, o “la buena noticia”, acerca del futuro.
Si sé que un buen amigo me visitará el mes próximo, aprovecharé esa información para hacer provisión, prepararme y preparar mi casa para recibir a ese
huésped de la mejor manera posible. Debemos prepararnos de la misma manera
para la venida de Jesús.
La idea de la vigilancia es acentuada en la escatología de Marcos, como lo
demuestran los siguientes versículos: Marcos 13:9, 23, 28, 33, 35 y 37. En resumen, se podría decir que la escatología tiene el propósito práctico de ayudarnos
a mantenernos alerta.
El primer comentario escatológico del Evangelio de Marcos se refiere a la noticia de la destrucción de Jerusalén y del Templo. Como tal, este acontecimiento
futuro señalaba el cumplimiento de la abominación desoladora anunciada en Daniel 9. Así, pues, la escatología de Jesús está fundamentada en la profecía bíblica.
En Marcos, Jesús no anuncia necesariamente un acontecimiento nuevo, sino el
cumplimiento de un tiempo o momento señalado. No hay una fecha precisa en
la explicación de Jesús acerca de lo que ocurriría, pero él detalla señales. Así, la
abominación desoladora a la que se refiere Marcos 13:14 tiene su cumplimiento
en la destrucción de Jerusalén y su Templo (Mar. 13:2). El historiador judío Flavio
Josefo describe los desafortunados últimos días del Templo y la ciudad de la
siguiente manera:
Elena de White describe una escena similar:“Entonces Tito se retiró a la torre Antonia y resolvió asaltar el Templo al día siguiente, temprano por la mañana, con todo su ejército, y acampar alrededor del sagrado edificio. Pero, en cuanto a este, Dios […] lo había condenado al fuego hacía mucho tiempo; y ahora, ese día fatal había llegado. […] Era el décimo día del mes de Ab, en el que [el Templo] fue quemado anteriormente por el rey de Babilonia. Aunque estas llamas surgieron de los propios judíos y fueron provocadas por ellos, pues al retirarse Tito los rebeldes se detuvieron por un tiempo y luego atacaron de nuevo a los romanos, cuando los que custodiaban el santo Templo lucharon con los que apagaban el fuego que ardía en el interior [del atrio del] Templo. Pero estos romanos pusieron en fuga a los judíos y llegaron hasta el Templo mismo. […] Alrededor del altar yacían cadáveres amontonados unos sobre otros, y por los escalones que subían a él corría una gran cantidad de su sangre, donde también caían los cadáveres que habían sido asesinados arriba [sobre el altar]” (The new complete works of Josephus, trad. William Whitston [Grand Rapids: Kregel Publications, 1999], t. 6, p. 896).
“Destruido el Templo, no tardó la ciudad entera en caer en poder de los romanos. Los caudillos judíos abandonaron las torres que consideraban inexpugnables y Tito las encontró vacías. Las contempló asombrado y declaró que Dios mismo las había entregado en sus manos, pues ninguna máquina de guerra, por poderosa que fuera, hubiera logrado hacerlo dueño de tan formidables baluartes. La ciudad y el Templo fueron arrasados hasta sus cimientos. El solar sobre el cual se irguiera el Santuario fue arado ‘como campo’ (Jer. 26:18). En el sitio y en la mortandad que le siguieron perecieron más de un millón de judíos; los que sobrevivieron fueron llevados cautivos, vendidos como esclavos, conducidos a Roma para enaltecer el triunfo del conquistador, arrojados a las fieras del circo o desterrados y esparcidos por toda la Tierra” (El conflicto de los siglos, p. 39).
La ciudad amada estaba ahora en ruinas. Sin embargo, es importante recordar que para ayudar a la gente a huir de la ciudad y así preservar su vida, ciertos acontecimientos anunciaron la proximidad de la destrucción venidera. Entre estas señales estaban las falsas enseñanzas. Jesús advirtió: “Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: ‘Yo soy el Cristo’, y engañarán a muchos” (Mar. 13:6); habría agitación social y política, guerras y hambrunas (Mar. 13:7, 8); y persecución (Mar. 13:9, 11-13). Antes de que se cumpla “el gran día”, Jesús insiste en que “es necesario que antes el evangelio sea predicado a todas las naciones” (Mar. 13:10). No hay duda de que quienes hicieron caso de las señales anunciadas salvaron su vida de la destrucción venidera. Elena de White dijo que “ni un solo cristiano pereció en la destrucción de Jerusalén. Cristo había prevenido a sus discípulos, y todos los que creyeron sus palabras esperaron atentamente las señales prometidas” (ibíd., p. 29).
“El mundo no está hoy más dispuesto a creer el mensaje dado para este tiempo de lo que estaba en los días de los judíos para recibir el aviso del Salvador con respecto a la ruina de Jerusalén. Venga cuando venga, el día de Dios caerá repentinamente sobre los impíos desprevenidos. El día menos pensado, en medio del curso rutinario de la vida, absortos los hombres en los placeres de la vida, en los negocios, en la caza al dinero, cuando los guías religiosos ensalcen el progreso y la ilustración del mundo, y los moradores de la Tierra se dejen arrullar por una falsa seguridad, entonces, como ladrón que a medianoche penetra en una morada sin custodia, así caerá la inesperada destrucción sobre los desprevenidos, ‘y no escaparán’ ” (El conflicto de los siglos, p. 36).