Textos clave: Juan 1:35-39; 1:43-46; 3:1-21.
Jesús, la Fuente de toda verdad, iluminó el mundo con la luz de la verdad. De este modo, él aumentó la medida de luz dada a todos los seres humanos nacidos en este mundo. A pesar de la abundancia de demostraciones convincentes, algunos en los días de Cristo optaron por la oscuridad. En su prejuicio y orgullo, decidieron no oír la verdad y no ver la luz. Dios se entristece cuando esto sucede, pero permite a causa de su amor que tomemos decisiones, incluso equivocadas.
La lección de esta semana destacará el testimonio de algunos testigos oculares de Jesús, como Juan el Bautista y sus dos discípulos Andrés y Juan. También consideraremos el testimonio de Felipe y Natanael, y el de Nicodemo, un fariseo y miembro distinguido del Sanedrín, quien abrió su corazón a la luz de la verdad de Dios. El testimonio de Nicodemo promete ser poderoso y convincente, porque arriesgó mucho al ir en contra de sus poderosos compañeros: En su conversación nocturna con Jesús, los labios de Cristo pronunciaron la promesa más hermosa de la Biblia: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Juan 3:16).
Por su parte, ¿tendría sentido dudar del testimonio acerca de Jesús dado al mundo por Juan el Bautista, alguien tan respetado y admirado por el pueblo? El Bautista resumió todo el evangelio en su confirmación de que Jesús era realmente el Mesías y Salvador anunciado por los profetas: "¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!" (Juan 1:29), una profecía que se había cumplido ante los ojos de la gente. Confrontados con los testimonios de tales testigos oculares, ¿no deberíamos estar plenamente persuadidos de que Cristo es nuestro Salvador y Señor viviente?
El testimonio de Juan el Bautista
Muchos judíos de la época de Cristo tenían sus propias ¡deas acerca del Mesías venidero, y se empeñaban en que todo encajara en sus esquemas preconcebidos. Sospechaban que Juan el Bautista era tal vez un tipo de mesías, pero él testificó que solo era un precursor del verdadero Mesías, enviado proféticamente por Dios para prepararle el camino. Poco después, Juan señaló a Jesús como "el Corde-o ce Dios ". Pero Jesús y su sacrificio por nuestros pecados no coincidían con las expectativas de los dirigentes judíos acerca de un mesías terrenal que derrotara a s^s on^esces, gobernara sobre ellos y finalmente sobre el mundo.
En la actualidad, algunos escépticos tampoco tienen muy en cuenta e concepto bíblico del sacrificio expiatorio o sustitutivo de Cristo. Justifican s_ 'referencia diciendo que Jesús no necesitaba derramar su sangre para sa .ar a a -u-nanidad pecadora, pues podía salvarnos simplemente demosfanco s. a^c > realzando milagros. Pero la vida, como dice la Biblia, está en la sang-e > 5 a-'dad perdida necesitaba la vida que está en el Hijo. Los ángeles nc 00c re= zar esta hazaña en nombre de la humanidad, pues ellos mismos recibieron la vida del Poseedor de esta. ¿Por qué habría ordenado Dios innumerables sacrificios de animales inocentes, si no para señalar la necesidad de la sangre inocente de Cristo para i a remisión de los pecados y la concesión de la vida eterna?
Por esta razón, Juan el Bautista dijo inequívocamente: "Yo no soy el Cristo" (Juan 1:20), o la Luz, sino simplemente un testigo en cumplimiento üe ¡a profecía bíblica. En dos ocasiones Juan afirmó que Jesús era en verdad el Cc^cero ae Dios, el cumplimiento y la culminación del sistema de sacrificios. Dijo esta .e'tiad a la multitud cuando vio a Jesús, y también la declaró a dos de sus propios c'sc'paios (ver Juan 1:29, 36).
Juan el Bautista, testigo ocular del bautismo de Jesús, oyó la voz dei Pace a-viciar que Jesús era su Hijo amado en quien se complacía. Además, el Esp > 5a~rc descendió y permaneció sobre Jesús mientras Dios impresionaba a Juan ace-:= ce 2 divinidad del Salvador. Por lo tanto, Juan dijo: "Yo lo vi, y he dado testimonie ce c_e este es el Hijo de Dios" (Juan 1:34)- Ante esta proclamación, uno no puede ce.a- ce preguntarse cuántas evidencias o demostraciones más necesita un escépticc oa-a creer. Desgraciadamente, si alguien elige dudar a pesar de la evidencia dispo- d e se rodea entonces con un manto de tinieblas.
Dos discípulos de Juan (Juan 1:35-39)
Dos discípulos de Juan el Bautista, a saber, Andrés y Juan, el escritor del Evangelio, ya habían oído la predicación de aquel acerca de Cristo como cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento. Por eso, cuando su maestro dirigió atención hacia Jesús, el gran Maestro que estaba ante ellos, creyeron y desearon seguirlo. Andrés y Juan podrían haber criticado y juzgado, como los fariseos, cada palabra y movimiento de Jesús, pero eligieron creer en respuesta a la convicción obrada en sus corazones por el Espíritu. También debieron confiar en la seriedad y veracidad del incontrovertible testimonio bíblico de Juan el Bautista.
Cabe preguntarse cómo sabemos que el segundo discípulo al que se hace referencia era Juan, el discípulo amado. Andrés es mencionado específicamente por su nombre, pero Juan, no identificado como tal posiblemente por modestia o reticencia a referirse a sí mismo por su nombre, es de hecho ese segundo discípulo. Andrés fue quien presentó a Jesús a su hermano Pedro.
Andrés, Pedro y Juan fueron los tres primeros hombres que formaron el núcieo de los doce discípulos originales. "Dejando a Juan [el Bautista], se fueron en pos de Jesús. Uno de ellos era Andrés, hermano de Simón; el otro, Juan, el que iba a ser el evangelista. Estos fueron los primeros discípulos de Cristo" (Elena de White, Ei Deseado de todas las gentes, p. 112).
Al parecer, Andrés y Juan estaban muy interesados en el mesiamsmo de Jesús y en la asombrosa verdad que les ofrecería. Fíjate en su reveladora respuesta a la pregunta de Jesús cuando empezaron a seguirlo. "¿Qué buscan?", les preguntó. Contrariamente a lo que esperaríamos, preguntaron por su lugar de residencia: "¿Dónde te hospedas?" (Juan 1:38). No solo estaban interesados en seguir a Jesús, sino además deseaban quedarse con él para conocer mejor su misión. Y se quedaron con él durante el resto del día, aprendiendo cosas asombrosas acerca de él. ¿Deseamos hoy simplemente creer en Jesús, pero no permanecer en su presencia? ¿Disfrutamos de su compañía? De hecho, la única manera de que nuestra vida sea transformada es contemplándolo, así como Juan había instruido a sus discípulos.
Felipe y Natanael (Juan 1:43-46)
De Andrés, Juan y Pedro pasamos ahora a Felipe y Natanael. Felipe, quien intuía que su amigo Natanael tenía algunos prejuicios y sabía que no era crédulo, trató de presentarle pruebas más convincentes acerca del Mesías anunciado por Moisés y los profetas. Cuando Natanael dudó al oír que Jesús era de Nazaret, Felipe no debatió ni discutió con él, sino que simplemente lo invitó a "venir y ver" (Juan 1:46). Jesús utilizó este mismo método con Andrés y Juan cuando los invitó a que fueran y lo vieran por sí mismos.
Hay algo poderoso y transformador en pasar tiempo con Cristo. Podemos debatir y argumentar teológica y filosóficamente a favor de la verdad con los demás, pero, al final, nuestro testimonio resulta lo más eficaz cuando los invitamos amable y sinceramente a descubrir a Jesús por sí mismos. En nuestro testimonio, debemos centrarnos en la prioridad de ayudar a los demás a conocer personalmente ajesús, lo cual desvanecerá muchas objeciones o dudas. Enseñar doctrinas es ciertamente importante, pero debemos comenzar con Jesús como el corazón de todo conocimiento.
Es importante notar el contraste entre cómo Natanael veía ajesús y cómo Jesús lo veía a él. Natanael categorizó a Jesús como no bueno simplemente porque era de Nazaret. Lamentablemente, nosotros también hacemos lo mismo con los demás. Los metemos en ciertos compartimentos estancos basándonos en la nacionalidad, la raza, la cultura u otras diferencias que vemos. Contrario a la evaluación inicial de Natanael, Jesús fue afirmativo con este futuro discípulo. Cuando Jesús lo vio, dijo: "¡Ahí viene un verdadero israelita, en quien no hay engaño!" (Juan 1:47), un comentario verdaderamente alentador que lo llevó a indagar más acerca de este nazareno. Cuando Natanael fue testigo de la capacidad profética de Jesús, enseguida creyó. "¡Rabí! ¡Tú eres el Hijo de Dios, el Rey de Israel!" (Juan 1:49)-
El testimonio de Nicodemo (Juan 3:1-21)
En su relato acerca de Jesús, Juan se distingue por ser el escritor evangélico que se detiene en los encuentros personales que Jesús tuvo con ciertos individLOs, como Nicodemo y la mujer samaritana. En sus encuentros, Jesús no mostró pa-c ai dad por un tipo de persona en detrimento de otra. Por el contrario, Jesús Oliscaba relacionarse de manera significativa con toda persona receptiva a la verC2C > a f uera un líder judío de gran prestigio, como Nicodemo, o una despreciada m^e' sa~a';tana.
Nicodemo era un fariseo y un importante miembro del Sanee ~ c^e Endonaba como el más alto sistema judicial del judaismo, lo más na'ec cc = Gobierno autónomo. La palabra "Sanedrín" proviene del griego sy.ee z-, c_e reamente significa "consejo". Estaba compuesto por 71 miembros c'st- 'eos e~ res grupos según Mateo 27:41; a saber:
• Sumos sacerdotes (el sumo sacerdote en ejercicio, sumos sacerdotes retirados y familiares de sumos sacerdotes). Este bloque era en su mayoría de saduceos.
• Escribas (predominantemente, fariseos).
• Los ancianos, que eran representantes de las principales familias aristocráticas.
• El cargo de sumo sacerdote se había corrompido y a menudo era vendido por Roma al mejor postor.
El nombre griego de Nicodemo significa literalmente "vencedor del pueblo". Conocido por su riqueza, Nicodemo era también un distinguido maestro. Se sintió fuertemente movido a reunirse con Jesús como resultado de todas las cosas inusuales que había oído acerca de él. Pero debía tener cuidado. No podía hacer nada que pudiera ofender a sus compañeros y causar un daño irreparable a sus relaciones con ellos. Sin embargo, Nicodemo no podía ignorar la poderosa evidencia de que Jesús era el Mesías. Por eso se encontró con Jesús de noche, cuando disfrutó de cierta intimidad conversando con el Maestro como si fuera un colega. Jesús nos encuentra donde estamos en nuestro camino espiritual. No le importa cómo nos acercamos a él, siempre que lo hagamos con un corazón sincero.
Nicodemo tuvo la oportunidad de poner a prueba el temple espiritual del carácter inmaculado y la integridad de Jesús. Como consecuencia, más tarde Nicodemo defendió a Jesús ante el Sanedrín, que quería condenarlo sin escucharlo (Juan 7:51). Observa la progresión de la experiencia de Nicodemo con Jesús: se reunió en privado con él, aprendió acerca de la verdadera conversión; lo defendió ante el Sanedrín; y luego, al final, tuvo el valor suficiente para ayudar a sacar su cuerpo de la cruz para darle sepultura.
Reflexiona acerca de las siguientes preguntas y respóndelas:
1. Piensa en la afirmación que Dios el Padre hizo de su Hijo en ocasión de su bautismo. ¿Es posible que Dios te mire y diga lo mismo, que eres su hijo o hija amado/a en quien se complace? Asegúrate de leer la respuesta alentadora en el primer párrafo de la página 113 de El Deseado de todas las gentes mientras formulas tu respuesta. ¿Cómo aplicas la seguridad que se encuentra en este párrafo a tu vida diaria, y qué diferencia marcará eso?
2. Considera las palabras de Juan acerca de Jesús: "¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!" (Juan 1:29). ¿Qué diferencia habría si nos centráramos primero en librarnos de nuestros pecados y luego en contemplar a Jesús, invirtiendo así las dos ideas de este texto?
3. ¿Cómo te ayuda el encuentro de Nicodemo con Jesús a dar testimonio eficazmente ante personas influyentes de la sociedad?
4. Compara y contrasta el testimonio eficaz de Cristo a Nicodemo con el que dio a Natanael. ¿Qué puedes aprender de ambos ejemplos?