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  • COMPLEMENTARIO - 6
    EL AMOR DE DIOS POR LA JUSTICIA

    Sabías que ibas a hacer esto, Dios! Sabía que salvarías a esa gente indigna y corrupta. Por eso huí cuando me dijiste que fuera a Nínive". Jonás se enfadó con Dios y expresó sus quejas. Reprendió a Dios por ser, en su opinión, demasiado misericordioso, compasivo y clemente.

    Concretamente, después de que Dios libró a la arrepentida Nínive de la destrucción, Jonás exclamó: "Señor, ¿no es esto lo que pensé cuando estaba aún en mi tierra? Por eso quise huir a Tarsis; porque sabía que tú eres clemente y piadoso, tardo para enojarte, abundante en amor, que desistes del mal" (Jon. 4:2). Nota que Jonás se inspiró en la declaración que Dios mismo hace acerca de su abundante compasión y gracia en Éxodo 34:6, pero en lugar de alabarlo por eso, Jonás se queja de ello.

    Dios no faltó a su palabra cuando concedió misericordia a Nínive. De hecho, este es uno de los muchos ejemplos en los que Dios actúa en armonía con sus promesas. A lo largo de la Escritura, Dios promete suspender la ejecución de sus juicios retributivos si las personas se arrepienten y se apartan del mal , (ver, por ejemplo, Jer. 18:7-10; cf. Mal. 3:7). ; Muchos otros textos muestran ese constante afán de Dios por suspender su juicio, lo que pone de manifiesto su carácter inmutablemente amoroso. Por consiguiente, en la m isma advertencia de juicio que Dios hizo a Jonás estaba implícita la oportunidad de que Nínive se salvara. Jonás comprendió esto, y por eso huyó. Sin embargo, Jonás no reconoció que si Dios no fuera tan clemente y misericordioso ni él ni nosotros tendríamos esperanza.

    Aunque equivocado y egoísta, el arrebato de ira de Jonás pone de relieve una gran verdad acerca de quién es Dios: el Dios de la compasión, la misericordia, la gracia, la bondad y la justicia perfectas. Dios está dispuesto a derramar gracia y misericordia inmerecidas y sobreabundantes sobre todos los pecadores, no solo sobre su pueblo. Dios es completamente bondadoso, pero su bondad compasiva no es incompatible con su justicia. Él mantiene unidas la misericordia y la justicia (ver Sal. 85:10). Dios "esperará para tener piedad" y "será exaltado para compadecerse", y al mismo tiempo, "el Señor es Dios de justicia" (Isa. 30:18,19; cf. Éxo. 34:6, 7).

    DIOS ES PERFECTAMENTE BUENO: LA CONSTANCIA DEL CARÁCTER DE DIOS

    "Yo, el Señor, no cambio. Por eso ustedes, hijos de Jacob, no han sido consumidos" (Mal. 3:6). Dios es bueno todo el tiempo. En este sentido, Dios nunca cambia. En particular, inmediatamente después de declarar: "Yo, el Señor, no cambio. Por eso ustedes [...] no han sido consumidos", Dios dice: "Vuélvanse a mí, y yo me volveré a ustedes" (vers. 7). Gracias a la fidelidad inquebrantable de Dios, su pueblo del Pacto fue preservado a pesar de las repetidas rebeliones (ver Lam. 3:22).

    A diferencia de las personas, Dios nunca te defraudará. Sea cual fuere tu pasado e independientemente de cuánto cambies, Dios sigue siendo el mismo y pretende salvarte. De él proceden todos los buenos dones. "Toda buena dádiva y todo don perfecto es de lo alto, y desciende del Padre de las luces, en quien no hay mudanza ni sombra de variación" (Sant. 1:17; cf. Heb. 13:8).

    Esta última parte es crucial. Tendemos a vacilar moralmente y en otros aspectos. Pero en Dios "no hay mudanza ni sombra de variación". Su bondad es constante. Eso es una noticia maravillosa.

    "Dios es luz, y en él no hay ninguna tiniebla" (i Juan 1:5). "Él es la Roca, su obra es perfecta, todos sus caminos son rectos. Dios es fiel, ninguna iniquidad en él; es justo y recto" (Deut. 32:4). Asimismo, Salmos 100:5 declara que "el Señores bueno, su amor (jésed) es para siempre; su fidelidad por todas las generaciones".

    En consecuencia, "la fidelidad del Señor es para siempre" (Sal. 117:2). Incluso "si somos infieles, él permanece fiel; no puede negarse a sí mismo" (2 Tim. 2:13). Dios "no miente" (Tito 1:2) y sus promesas son inquebrantables (Heb. 6:17,18; cf. Núm. 23:19; Isa. 25:1).

    Dios siempre hace todo lo posible para el mayor bien de todos. "Bueno es el Señor con todos, y con ternura cuida todas sus obras" (Sal. 145:9) y "de su constante amor está llena la tierra" (Sal. 33:5; cf. 36:7; 117:1, 2; 119:64; 145:8, 9). De hecho, "de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Juan 3:16; cf. Rom. 5:8,10). Dios realmente ama a todos y desea salvar a cada persona; no quiere que nadie perezca (ver Eze. 18:23, 32; 33:11; Juan 3:16; 12:32; Hech. 17:30, 31; 1 Tim. 2:4-6; Tito 2:11; 2 Ped. 3:9; cf. Hech. 10:34, 35; Rom. 1:5; 1 Tim. 4:10).

    DIOS AMA LA JUSTICIA Y SE DELEITA EN LA RECTITUD

    Muchos piensan que la misericordia y la justicia son opuestas, al igual que la Ley y la gracia. Pero en Dios, la misericordia y la justicia se besan (ver Sal. 85:10), "justicia y juicio son el fundamento de tu trono [el de Dios], el amor y la fidelidad van ante ti" (Sal. 89:14). El amor de Dios no compromete la justicia, ya que de ningún modo exculpará al culpable. Pero su justicia nunca carece de amor (ver Éxo. 34:6, 7). Dios es un juez justo (Sal. 7:11) y "juzgará al mundo con justicia y a los pueblos con rectitud" (Sal. 9:8; cf 67:4; 96:10).

    Dios no quiere condenar al mundo (Juan 3:17), sino que dispuso que Cristo hiciera expiación por nosotros "para demostrar su justicia, al haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con el fin de mostrar su justicia en este tiempo, para ser a la vez el justo y el que justifica al que tiene fe en Jesús" (Rom. 3:25, 26). En otras palabras, Dios hizo que fuera posible perdonar o justificar a los pecadores sin dejar de ser justo. Él es "el justo y el que justifica".

    La Escritura subraya repetidamente que Dios "ama la justicia y el derecho, de su constante amor está llena la tierra" (Sal. 33:5). En las Escrituras, el amor y la justicia están entrelazados. Sin justicia, el amor está paralizado. Sin amor, la justicia es fría e inmisericorde. Puesto que Dios es amor, ama la justicia (Isa. 61:8; Sal. 37:28) y se conmueve profundamente ante la opresión. Por eso dirige la siguiente exhortación a su pueblo: "Aprendan a hacer el bien; busquen justicia, restituyan al agraviado, defiendan al huérfano, amparen a la viuda" (Isa. 1:17; cf. 10:1-3; Miq. 6:8; Zac. 7:9,10; Mat. 23:2). Él mismo es "refugio del oprimido, refugio en el tiempo de angustia" (Sal. 9:9; cf. 103:6; 146:7).

    El amor de Dios por la justicia y su fidelidad constante condicen con su santidad perfecta. Dios es el "Santo", el "Señor fiel" (Isa. 49:7). La santidad de Dios no solo se refiere a su fidelidad y su bondad perfectas, sino también a que, como Creador de todo, trasciende a su Creación ya que no es parte de ella. Como Creador único, omnipotente e increado, solo Dios es "santo" en sí mismo y por sí mismo (Apoc. 15:4), y digno de adoración. "¡Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, que era, que es y que ha de venir!" (Apoc. 4:8; cf. Isa. 6:3).

    La presencia de Dios en un lugar lo convierte a este en santo. Por eso Dios advirtió a Moisés desde la zarza ardiente: "No te acerques. Quita las sandalias de tus pies, porque el lugar donde estás es tierra santa" (Éxo. 3:5). El Santuario terrenal era santo como consecuencia de la presencia especial de Dios allí. Del mismo modo, los seres humanos pueden ser santos si se aproximan a Dios, fuente de santidad, bondad y amor.

    Sin la obra expiatoria de Dios, nuestros pecados nos separan de él porque él es perfectamente santo. Como lo explica Isaías: "Las iniquidades de ustedes los separaron de su Dios, y sus pecados han hecho que su rostro se oculte de ustedes para no

    escuchar" (Isa. 59:2). Sin mediación, el mal no puede estar en presencia de Dios porque "nuestro Dios es fuego consumidor" (Heb. 12:29; cf. Sal. 5:4).

    Pero, hay buenas noticias. Dios abre un camino para limpiar a los pecadores, derrotar al mal y reconciliarnos con él sin dejar de ser justo (Rom. 3:25, 26). Aunque los seres humanos somos pecadores, podemos ser hechos santos, santificados, en virtud de una relación especial con Dios, por la obra expiatoria de Cristo (Heb. 10:10) y la mediación del Espíritu Santo (1 Ped. 1:2; 1 Tes. 2:13).

    "Él es la Roca, su obra es perfecta, todos sus caminos son rectos. Dios es fiel, ninguna iniquidad en él; es justo y recto" (Deut. 32:4). Salmos 100:5 añade: "Porque el Señor es bueno, su amor es para siempre; su fidelidad por todas las generaciones". Además, 1 Juan 1:5 afirma lo siguiente: "Dios es luz, y en él no hay ninguna tiniebla".


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