PARA MEMORIZAR: "Después oí la voz del Señor, que dijo: ¿A quién enviaré?
¿Quién irá de nuestra parte?' Entonces respondí: Aquí estoy, envíame a mí'"
(Isa. 6:8).
CB
El derecho de Dios a gobernar el universo se basa en su posición como
Creador de todas las cosas
(Apoc. 4:11)
CB
y también en su carácter. Al descubrir el carácter
justo de Dios, comenzamos a entender cómo y por qué los seres humanos pecadores carecemos
de su gloria
(Rom. 3:23).
CB
Esta semana nos adentraremos más en la visión de la sala del Trono y consideraremos cómo se relaciona la humanidad con un Dios santo, y cómo el sacrificio de Cristo nos restaura y nos acerca al Trono. Dios planea restaurarnos no solo como individuos, sino también como humanidad, para que volvamos a revelar su gloria al resto de la Creación. La Biblia contiene importantes pistas que ayudan a entender y apreciar el elevado llamado que Dios nos ha extendido a los pecadores perdonados y redimidos.
La rebelión humana llegará a su fin y, más que eso, el carácter amoroso y abnegado de Dios, manifestado de manera extraordinaria en la Cruz, brillará en respuesta a aquella aún más que al principio, aunque Dios nunca pretendió que la humanidad cayera.
Desde la caída de Adán, Cristo había estado confiando la semilla de su palabra a sus siervos escogidos, para que la sembrasen en corazones humanos. Y un agente invisible, un poder omnipotente había obrado silenciosamente pero eficazmente, para producir las mises. El rocío, la lluvia y el sol de la gracia de Dios habían sido dados para refrescar y nutrir la semilla de verdad. Cristo iba a mirar la semilla con su propia sangre. Sus discípulos tenían el privilegio de colaborar con Dios. Eran colaboradores con Cristo y con los santos de la antigüedad. Por el derramamiento del Espíritu Santo en Pentecostés, se iban a convertir millares en un día. Tal era el resultado de la siembra de Cristo, las mies de su obra (El Deseado de todas las gentes, págs. 162, 163).
El universo entero está bajo el control del Príncipe de la vida... Él pagó el rescate por el mundo entero. Todos pueden ser salvados por medio de él. Él nos llama a obedecer, creer, recibir y vivir. Él reunirá una iglesia que abarque a toda la familia humana, si todos abandonan el estandarte negro de la rebelión y se colocan bajo su estandarte. A los que crean en él, los presentarán a Dios como subditos leales. Él es nuestro Mediador, así como nuestro Redentor. Defenderá a sus seguidores elegidos contra el poder de Satanás y someterá a todos sus enemigos.
Cristo quería que sus discípulos comprendieran que no los dejaría huérfanos. Estaba próximo a morir, pero anhelaba que tuvieran la certeza de que volvería a vivir. Y después de la ascensión, aunque para los discípulos estuvieran ausentes, sin embargo, mediante la fe podrían verlo, conocerlo y saber que él continuaría teniendo el mismo interés y amor que les manifestó cuando estuvo con ellos (From the Heart, "Coworkers with Christ", p. 252).
No hay consolador como Cristo, tan tierno y tan leal. Está conmovido por los sentimientos de nuestras debilidades. Su Espíritu habla al corazón. Las circunstancias pueden separarnos de nuestros amigos; el amplio e inquieto océano puede agitarse entre nosotros y ellos. Aunque existe su sincera amistad, quizás no puedan demostrarla haciendo para nosotros lo que recibiríamos con gratitud. Pero ninguna circunstancia ni distancia puede separarnos del Consolador celestial. Doquiera estemos, doquiera vayamos, siempre está allí. Alguien que está en el lugar de Cristo para actuar por él. Siempre está a nuestra diestra para dirigirnos palabras suaves y amables; para asistirnos, animarnos, apoyarnos y consolarnos. La influencia del Espíritu Santo es la vida de Cristo en el alma. Ese Espíritu obra en, y por medio de todo aquel que recibe a Cristo. Aquellos en quienes habitan este Espíritu revelan sus frutos: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe (La maravillosa gracia de Dios, 6 de julio, p. 195).
Juan 8:54-58
1 Corintios 1:26-29
26 Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois
muchos
sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos
nobles; 27 sino que lo necio del mundo escogió Dios,
para
avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió
Dios,
para avergonzar a lo fuerte; 28 y lo vil del mundo y lo
menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para
deshacer lo que
es, 29 a fin de que nadie se jacte en su presencia.