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Martes, 16 de septiembre
Tras la apostasía con el becerro de oro, Moisés intercedió por el pueblo de Dios y quiso tener la seguridad de que el Señor seguiría conduciéndolos a la Tierra Prometida. En lo más profundo de su ser, también deseaba conocer mejor al Señor.
Lee Éxodo 33:18 al 23. ¿Cómo respondió Dios a la petición de Moisés de ver su gloria?
«Te ruego que me muestres tu gloria», pidió Moisés al Señor. En su misericordia, el Señor le reveló su gloria. Sin embargo, al responder a la petición de Moisés, Dios prometió mostrarle su «bondad». Se puede concluir con seguridad que la gloria de Dios es su bondad; es decir, su carácter (ver también Elena G. de White, Los hechos de los apóstoles, pp. 428-429; Palabras de vida del gran Maestro, p. 343; Profetas y reyes, p. 210).
«La gloria de Dios consiste en otorgar su poder a sus hijos. Desea ver a los hombres alcanzar la más alta norma» (Elena G. de White, Los hechos de los apóstoles, p. 394). Su gloria es abrazar a los pecadores arrepentidos (ver Profetas y reyes, p. 453) y proveer todo lo necesario para la transformación de ellos. Al mismo tiempo, es nuestra «gloria» revelar su carácter en nuestra vida y darlo a conocer a los demás.
Este reflejo del carácter de Dios, su bondad, amabilidad y tierno amor, debe verse en nuestras acciones. De esta manera, tenemos la oportunidad de ser no solo una bendición para el mundo, sino una luz resplandeciente para el universo que nos observa. Como dice Pablo: «Porque pienso que Dios nos asignó a nosotros los apóstoles el último lugar, como a sentenciados a muerte. Hemos llegado a ser un espectáculo para todo el universo, tanto para los ángeles como para los hombres» ( 1 Cor. 4:9 ). Esta dimensión cósmica da a nuestra vida y a nuestro servicio un sentido y una finalidad que apenas podemos imaginar.
En Romanos 2:4 , Pablo dice que la bondad de Dios nos «guía al arrepentimiento». Es decir, son la bondad y el carácter de Dios, señalados por el Espíritu Santo, los que convencen a las personas de su pecaminosidad y de su necesidad de salvación. De hecho, cuando miramos a la cruz y sabemos quién estaba allí (el Señor mismo) y por qué estaba allí –porque nos ama y porque esa era la única manera de salvarnos–, tenemos la mayor revelación posible de su bondad y su carácter.
¿Cuánto tiempo dedicas a concentrarte en la cruz y en lo que ella te dice acerca del carácter de Dios?
[E]nvalentonado por su éxito, se atrevió a acercarse más a Dios, con una santa familiaridad que casi supera nuestra comprensión. Hizo luego una petición que ningún ser humano hizo antes: “Te ruego que me muestres tu gloria”. Éxodo 33:18. ¡Qué petición de parte de un ser mortal finito! Pero, ¿es rechazado? ¿Lo reprende Dios por su pretensión? No; oímos las misericordiosas palabras: “Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro”. Éxodo 33:19.
Ningún hombre podía ver la gloria revelada de Dios y sobrevivir; pero a Moisés se le asegura que él contemplará tanto de la gloria divina como puede soportar su estado mortal actual. Esa Mano que hizo el mundo, que sostiene las montañas en sus lugares toma a este hombre del polvo, este hombre de poderosa fe; y, misericordiosa, lo oculta en la hendidura de la peña, mientras la gloria de Dios y toda su benignidad pasan delante de él. ¿Podemos asombrarnos de que “la magnífica gloria” (2 Pedro 1:17) resplandeciera en el rostro de Moisés con tanto brillo que la gente no lo pudiera mirar? La marca de Dios estaba sobre él, haciéndolo aparecer como uno de los resplandecientes ángeles del trono.
Este incidente, y sobre todo la seguridad de que Dios oiría su oración, y de que la presencia divina le acompañaría, eran de más valor para Moisés como caudillo, que el saber de Egipto, o todo lo que alcanzara en la ciencia militar. Ningún poder, habilidad o saber terrenales pueden reemplazar la inmediata presencia de Dios. En la historia de Moisés podemos ver cuán íntima comunión con Dios puede gozar el hombre. Para el transgresor es algo terrible caer en las manos del Dios viviente. Pero Moisés no tenía miedo de estar a solas con el Autor de aquella ley que había sido pronunciada con tan pavorosa sublimidad desde el monte Sinaí; porque su alma estaba en armonía con la voluntad de su Hacedor.
Orar es el acto de abrir el corazón a Dios como a un amigo. El ojo de la fe discernirá a Dios muy cerca, y el suplicante puede obtener preciosa evidencia del amor y del cuidado que Dios manifiesta por él (Testimonios para la iglesia, t. 4, pp. 524, 525).
Dad a conocer a Dios vuestras dificultades. Decidle como Moisés: “No puedo conducir a este pueblo a menos que tu presencia vaya conmigo”. Luego pedid aún más; orad con Moisés: “Ruégote que me muestres tu gloria”. Éxodo 33:18. ¿Qué es esta gloria? El carácter de Dios. Así lo proclamó el Señor a Moisés.
Que el alma se aferre con fe viva a Dios. Cante la lengua sus alabanzas. Cuando os halléis reunidos dedicad vuestra mente con reverencia a la contemplación de las realidades eternas. Así os ayudaréis unos a otros a ser espirituales. Cuando vuestra voluntad esté en armonía con la divina, estaréis en armonía unos con otros; tendréis a Cristo a vuestro lado como consejero.
Enoc anduvo con Dios. Así puede andar todo aquel que trabaja por Cristo. Podéis decir con el Salmista: “A Jehová he puesto siempre delante de mí: porque está a mi diestra no seré conmovido”. Salmo 16:8. Mientras sintáis que no tenéis suficiencia propia, vuestra suficiencia estará en Jesús (Obreros evangélicos, pp. 431, 432).