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Lección 12 | Lunes 17 de marzo
Según el propio Jesús, los dos mandamientos más importantes son el amor a Dios y el amor a los demás. Obedecer estos mandamientos implica sacrificios que muestren de forma tangible el amor a los demás, lo que realmente significa seguir los pasos de Jesús.
Ahora bien, si los dos mandamientos más grandes son el amor a Dios y el amor a los demás, ¿cuáles son los dos pecados más grandes?
Lee Salmo 135:13 al 19. CB ¿Qué revela esto acerca de un pecado común que es destacado a lo largo de las Escrituras?
El Antiguo Testamento subraya continuamente la importancia del amor a Dios por encima de todo (ver Deut. 6:5). Esto está estrechamente relacionado con el gran pecado de la idolatría, que es lo opuesto al amor a Dios.
Lee Zacarías 7:9 al 12.. CB Según el profeta Zacarías en este pasaje, ¿qué condena Dios? ¿Cómo se relacionan esto y el pecado de idolatría con los dos grandes mandamientos?
La idolatría no es lo único a lo que Dios responde con la ira del amor, sino también al maltrato contra su pueblo, ya sea individual o corporativamente. Dios se enoja ante la injusticia porque él es amor.
Los dos grandes pecados enfatizados a lo largo del Antiguo Testamento son faltas relacionadas con los dos grandes mandamientos: el de amar a Dios y el de amar a los demás. Los dos grandes pecados consisten en la ausencia de amor. En resumen, no se pueden cumplir los mandamientos si no se ama a Dios y a los demás.
De hecho, 1 Juan 4:20 y 21 afirma: "Si alguno dice: 'Yo amo a Dios', y aborrece a su hermano, es mentiroso; porque el que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Nosotros tenemos este mandamiento de él: el que ama a Dios, ame también a su hermano".
■ ¿Cómo explicarías el hecho de que el amor hacia Dios no puede estar separado del amor hacia los demás? ¿Cómo entiendes este vínculo inquebrantable?
Muchos que llevan el nombre de cristianos sirven a otros dioses además del Señor. Nuestro Creador exige nuestra dedicación suprema, nuestra primera lealtad. Cualquier cosa que tienda a disminuir nuestro amor por Dios o que interfiera con el servicio que le debemos, se convierte en un ídolo. Los ídolos de algunos son sus tierras, sus casas, sus mercaderías. Las actividades comerciales se emprenden con celo y energía, mientras que se deja en segundo plano el servicio de Dios. Se 74 descuida el culto familiar, se olvida la oración secreta. Muchos argumentan que su trato con sus prójimos es justo, y creen que al proceder así han cumplido todo su deber. Pero no es suficiente guardar los últimos seis mandamientos del Decálogo. Tenemos que amar al Señor nuestro Dios con todo el corazón. Nada inferior a la obediencia a cada precepto —nada que sea menos que el amor supremo a Dios y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos— puede satisfacer las demandas de la ley divina (Comentarios de Elena G. de White, en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 2, pp. 1005, 1006).
El enemigo sabe muy bien que si no tenemos amor mutuo, puede alcanzar su objetivo, y herir y debilitar la iglesia, al provocar diferencias entre los hermanos. Los pueden inducir a sospechar el mal, a hablar del mal, a acusar, condenar y aborrecerse. De esta manera se deshonra la causa de Dios, se arroja baldón sobre el nombre de Cristo, y se le hace un daño indecible a las almas de los hombres...
No es la oposición del mundo lo que nos va a poner en mayor peligro; es el mal albergado en nuestro seno lo que provoca nuestros más graves desastres. Es la vida carente de consagración, de los medio convertidos, lo que trasa la obra de la verdad y arroja sombras sobre la iglesia de Dios (Cada día con Dios, p. 163).
Grabemos en la mente el hecho de que la misericordia y el amor del Señor deben manifestarse a los hijos de Dios. Busquemos por cielo y tierra, y no encontraremos otra verdad más definidamente revelada que la que se manifiesta en misericordia precisamente para los que necesitan su simpatía a fin de quebrantar todo yugo y dejar en libertad a los oprimidos. De ese modo la verdad se vive, la verdad se obedece, la verdad se enseña.
Hay mucha verdad que se profesa, pero la que se práctica al aliviar las necesidades de nuestros semejantes ejerce una enorme influencia, llega hasta el cielo y abarca la eternidad. Toda alma que habita este mundo está sometida a juicio; la experiencia de cada ser humano, la historia común de la vida nos dice
en términos inconfundibles si pone en práctica las palabras y las obras de Cristo. Constantemente se repiten una cantidad de cosas que solo Dios ve; Aplicar a esas cosas los principios de la verdad producirá una preciosa recompensa. Casi todos son capaces de reconocer las cosas grandes e importantes, pero su vinculación con lo que se supone son los aspectos menos importantes de la vida, de manera que se los pueda ver como una unidad, es algo que los profesos cristianos hacen muy pocas veces. La religión es demasiado profesión, y demasiado poca realidad (Cada día con Dios, p. 222).
Juan 8:54-58
1 Corintios 1:26-29
26 Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; 27 sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; 28 y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, 29 a fin de que nadie se jacte en su presencia.