Domingo 5 de enero | Lección 2
Las Escrituras son claras: Dios ama a todos. El versículo más famoso de las Escrituras, Juan 3:16, proclama esta verdad: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna".
¿Qué enseñan estos versículos acerca de la extensión o alcance del amor, la compasión y la misericordia de Dios?
Algunas personas pueden pensar que no son dignas de ser amadas o que Dios puede amar a todos los demás, pero no a ellas. Sin embargo, la Biblia proclama sistemáticamente que Dios ama a todas las personas. No hay nadie a quien él no ame. Y, puesto que Dios ama a todos, también quiere que todos se salven. -'
¿Qué enseñan estos textos acerca del amor de Dios y de su deseo de salvar a todos?
El versículo posterior a Juan 3:16 añade: "Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él" (Juan 3:17). Si dependiera solo de Dios, todos los seres humanos aceptarían su amor y se salvarían. Sin embargo, el Señor no impone su amor a nadie. Las personas son libres de aceptarlo o rechazarlo.
Y, aunque algunos lo rechacen, Dios nunca deja de amarlos. En Jeremías 31:3, él proclama a su pueblo: "Con amor eterno te he amado, por eso te atraje con bondad". En otras partes, la Biblia enseña repetidamente que el amor de Dios es eterno (ver, por ejemplo, Salmo 136). El amor de Dios nunca se agota. Es eterno. Esto nos resulta difícil de entender pues a menudo nos cuesta amar a los demás, ¿verdad?
Sin embargo, si como individuos pudiéramos aprender a experimentar la realidad de ese amor; es decir, conocer por nosotros mismos el amor de Dios, ¿cuán diferente sería nuestra vida y nuestro trato hacia los demás!
■ Si Dios ama a todas las personas, eso implica que también ama a las que son despreciables (y abundan por doquier). ¿Qué debería enseñamos el amor de Dios por esas personas acerca de cómo deberíamos relacionarnos con ellas?
Dios tiene un amor profundo y sincero por cada miembro de la familia humana; ninguno es olvidado, ninguno es dejado indefenso y engañado para ser vencido por el enemigo. Y si los que se han alistado en el ejército de Cristo se ponen toda la armadura de Dios y la usan, estarán a prueba de todos los asaltos del enemigo. Los que realmente desean ser enseñados por Dios y andar en su camino, tienen la promesa segura de que si sienten su falta de sabiduría y piden a Dios, Él les dará liberalmente y sin reproches. El apóstol dice: “Pida con fe, no dudando nada. Porque el que duda es como una ola del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra”… Dios está detrás de cada promesa, y no podemos deshonrarlo más que cuestionando y vacilando, pidiendo y no creyendo, y luego hablando con dudas… Crea; crea que Dios hará exactamente lo que ha prometido. Mantenga sus oraciones ascendentes, y vigile, trabaje y espere. Pelee la buena batalla de la fe. Decid a vuestro corazón: “Dios me ha invitado a venir. Ha oído mi oración. Ha prometido que me recibirá y cumplirá su promesa. Puedo confiar en Dios, porque de tal manera me amó que dio a su Hijo unigénito para que muriera por mí. El Hijo de Dios es mi Redentor”. —Fundamentos de la educación cristiana, págs. 299, 300. Dios nos ha dado a Jesús, y en él está la revelación de Dios. Nuestro Redentor dice: “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”. “Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre”. Si conocemos a Dios y a Jesucristo, a quien él ha enviado, una alegría inefable vendrá al alma. ¡Oh, cuánto necesitamos la presencia divina! —Testimonios para los Ministros, pág. 169. Los nombramientos y concesiones de Dios en nuestro favor son ilimitados. El trono de la gracia es en sí mismo la atracción más alta, porque está ocupado por Aquel que nos permite llamarlo Padre. Pero Jehová no consideró completo el plan de salvación mientras estuviera investido solamente de su amor. Ha colocado en su altar a un Abogado revestido de su naturaleza. Como nuestro intercesor, la obra de Cristo es presentarnos a Dios como sus hijos e hijas. Él intercede en favor de los que lo reciben. Con su propia sangre ha pagado su rescate. En virtud de sus propios méritos les da poder para llegar a ser miembros de la familia real, hijos del Rey celestial. Y el Padre demuestra su infinito amor por Cristo al recibir y dar la bienvenida a los amigos de Cristo como sus amigos. Está satisfecho con la expiación realizada. Es glorificado por la encarnación, la vida, la muerte y la mediación de su Hijo.—Consejos para los Maestros, Padres y Alumnos, pág. 14.
Juan 8:54-58
1 Corintios 1:26-29
26 Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; 27 sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; 28 y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, 29 a fin de que nadie se jacte en su presencia.