Lección
2 | Miércoles 8
de enero
MISERICORDIA PERDIDA
El amor de Dios es eterno e inmerecido. Sin embargo, los seres humanos pueden rechazarlo. Tenemos la oportunidad de aceptar o rechazar ese amor, pero solo porque Dios nos ama por propia iniciativa con su amor perfecto y eterno antes de cualquier cosa que hagamos (Jer. 31:3). Nuestro amor a Dios es una respuesta a lo que ya se nos ha dado incluso antes de que lo pidiéramos.
con especial atención a los versículos 7 y 19. ¿Qué nos dice esto acerca de la iniciativa divina de amarnos?
El amor de Dios siempre ocurre primero. Si Dios no nos amara en primer lugar, nosotros no podríamos amarlo. Aunque Dios nos creó con la capacidad de amar y ser amados, Dios mismo es el fundamento y la fuente de todo amor. Sin embargo, nosotros podemos elegir aceptar su amor y reflejarlo en nuestra vida. Esta verdad se ejemplifica en la parábola de Cristo acerca del siervo que no estaba dispuesto a perdonar (ver
En esa parábola, vemos que no había forma de que el siervo pudiera devolver lo que debía a su amo: 10.000 talentos. Un talento equivalía a unos 6.000 de-narios. Y un denario era lo que se pagaba a un jornalero por un día de trabajo (Mat. 20:2). Por lo tanto, a un trabajador promedio le llevaría 6.000 días de trabajo ganar un talento. Supongamos que, después de contabilizar los días de descanso, un obrero promedio trabajara 300 días al año y, por lo tanto, ganara 300 denarios en un año. En ese caso, ese trabajador tardaría aproximadamente veinte años en pagar un talento, que consistía en 6.000 denarios (6.000 dividido por 300 = 20). Para ganar 10.000 talentos, un trabajador tal tendría que trabajar 200.000 años. En resumen, el siervo nunca podría pagar esa suma. Sin embargo, el amo sintió compasión por su siervo y le perdonó su enorme deuda.
No obstante, cuando este siervo se negó a perdonar la deuda mucho menor (roo denarios) de uno de sus compañeros de servicio e hizo que lo encarcelaran por ella, el amo se llenó de ira y anuló su misericordioso perdón. El siervo perdió el amor y el perdón de su señor. Aunque la compasión y la misericordia de Dios nunca se agotan, uno puede finalmente rechazar o incluso renunciar a los beneficios de la compasión y la misericordia divinas.
■ Piensa en lo que se te ha perdonado y en el hecho de que fuiste perdonado gratuitamente por Jesús. ¿Qué debería decirte esto acerca de perdonar a ios demás?
En la parábola, cuando el deudor pidió una prórroga con la promesa: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”, la sentencia fue revocada. Toda la deuda fue cancelada. Y pronto se le dio la oportunidad de seguir el ejemplo del amo que lo había perdonado. Al salir, se encontró con un consiervo que le debía una pequeña suma. A él le habían perdonado diez mil talentos; el deudor le debía cien denarios. Pero aquel que había sido tratado con tanta misericordia, trató a su compañero de trabajo de una manera completamente diferente. . . . Cuando [había suplicado] a su Señor por misericordia, no tenía un verdadero sentido de la magnitud de su deuda. No se daba cuenta de su impotencia. Esperaba liberarse a sí mismo. “Ten paciencia conmigo”, dijo, “y te lo pagaré todo”. Así que hay muchos que esperan por sus propias obras merecer el favor de Dios. No se dan cuenta de su impotencia. No aceptan la gracia de Dios como un don gratuito, sino que tratan de edificarse en su propia justicia. Sus propios corazones no están quebrantados ni humillados a causa del pecado, y son exigentes e implacables con los demás. Sus propios pecados contra Dios, comparados con los pecados de sus hermanos contra ellos, son como diez mil talentos por cien denarios, casi un millón por uno; sin embargo, se atreven a ser implacables.—Palabras de vida del gran Maestro, pág. 245. Si el Señor tratara a la familia humana como los hombres tratan entre sí, habríamos sido consumidos; pero él es paciente, de tierna compasión, perdonando nuestras transgresiones y pecados. Cuando lo busquemos con todo el corazón, lo encontraremos. . . . Pero la misericordia de Cristo al perdonar las iniquidades de los hombres nos enseña que debe haber perdón gratuito de los males y pecados que nuestros semejantes cometen contra nosotros. Cristo dio esta lección a sus discípulos para corregir los males que se enseñaban y practicaban en los preceptos y ejemplos de los que interpretaban las Escrituras en ese tiempo”. . . . El hombre puede ser salvo sólo por medio de la maravillosa paciencia de Dios en el perdón de sus muchos pecados y transgresiones. Pero aquellos que son bendecidos por la misericordia de Dios deben ejercer el mismo espíritu de paciencia y perdón hacia aquellos que constituyen la familia del Señor.—Una mirada hacia arriba, pág. 43. [Dios] tiene corazón de Padre, y es paciente con sus hijos. En su trato con los hijos de Israel, les suplicó con misericordia y amor. Pacientemente les presentó sus pecados, y con paciencia esperó a que vieran y reconocieran sus errores. Cuando se arrepintieron y confesaron sus pecados, los perdonó; y aunque la ofensa se repitió a menudo, no se pronunciaron palabras de burla ni se expresó resentimiento. Cristo declaró claramente que aunque uno peque una y otra vez, será perdonado si se arrepiente, aunque peque hasta setenta veces siete.—The Upward Look, pág. 298.
Juan 8:54-58
1 Corintios 1:26-29
26 Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; 27 sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; 28 y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, 29 a fin de que nadie se jacte en su presencia.