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Lección 13: Para el 27 de septiembre de 2025

Lee Juan 1: 14. ¿Cómo es comparada la encarnación de Cristo con el Tabernáculo?
La encarnación de Jesús es un misterio que los redimidos estudiarán durante toda la eternidad. El apóstol Juan afirma que Cristo habitó con nosotros de forma tangible al encarnarse. En virtud de la encarnación, Jesús se asemeja al Dios del Antiguo Testamento, quien habitó con los israelitas en el Tabernáculo del Sinaí y en el desierto mientras viajaban hacia la Tierra Prometida.
Durante su encarnación, Jesús habitó con la humanidad. ¡Qué concesión tan insondable! El Dios eterno desciende hasta nosotros como uno de nosotros para asegurarnos que él es verdaderamente «Emanuel, Dios con nosotros».
En Mateo 18: 20, Jesús dijo que si dos o tres se reúnen en su nombre, él estará allí en medio de ellos. Cristo está con su pueblo en virtud de la presencia del Espíritu Santo e invita a sus seguidores a estar en estrecha relación con él: «Yo estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a su casa, y cenaré con él, y él conmigo» (Apoc. 3: 20).
Lee Apocalipsis 21: 1 al 3. ¿Qué se nos presenta aquí?
La Nueva Jerusalén descenderá del Cielo a la Tierra, y Juan declara: «He aquí que el tabernáculo de Dios está con los hombres, y él habitará con ellos, y ellos serán su pueblo. Dios mismo estará con ellos y será su Dios» (Apoc. 21: 3). No hay templo en la Nueva Jerusalén (Apoc. 21: 22) porque toda la ciudad es el Templo, el Santuario de Dios. La longitud, la anchura y la altura de la ciudad son iguales (Apoc. 21: 16), como lo era el Lugar Santísimo en el Santuario, que tenía la forma de un cubo, con todos sus lados iguales. Esto significa que moraremos en la presencia inmediata de nuestro Dios durante la eternidad, en un mundo sin pecado, muerte ni sufrimiento.
¿Cómo podemos aprender a resistir hasta el final en vista de lo que se nos ha prometido merced al ministerio y la obra de Jesús?
Hace casi dos mil años, se oyó en el cielo una voz de significado misterioso que, partiendo del trono de Dios, decía: “He aquí yo vengo”. “Sacrificio y ofrenda, no los quisiste; empero un cuerpo me has preparado…. He aquí yo vengo (en el rollo del libro está escrito de mí), para hacer, oh Dios, tu voluntad”. Hebreos 10:5-7. En estas palabras se anunció el cumplimiento del propósito que había estado oculto desde las edades eternas. Cristo estaba por visitar nuestro mundo, y encarnarse. Él dice: “Un cuerpo me has preparado”. Si hubiese aparecido con la gloria que tenía con el Padre antes que el mundo fuese, no podríamos haber soportado la luz de su presencia. A fin de que pudiésemos contemplarla y no ser destruidos, la manifestación de su gloria fue velada. Su divinidad fue cubierta de humanidad, la gloria invisible tomó forma humana visible.
Este gran propósito había sido anunciado por medio de figuras y símbolos. La zarza ardiente, en la cual Cristo apareció a Moisés, revelaba a Dios. El símbolo elegido para representar a la Divinidad era una humilde planta que no tenía atractivos aparentes. Pero encerraba al Infinito. El Dios que es todo misericordia velaba su gloria en una figura muy humilde, a fin de que Moisés pudiese mirarla y sobrevivir. Así también en la columna de nube de día y la columna de fuego de noche, Dios se comunicaba con Israel, les revelaba su voluntad a los hombres, y les impartía su gracia. La gloria de Dios estaba suavizada, y velada su majestad, a fin de que la débil visión de los hombres finitos pudiese contemplarla. Así Cristo había de venir en “el cuerpo de nuestra bajeza” (Filipenses 3:21), “hecho semejante a los hombres”. A los ojos del mundo, no poseía hermosura que lo hiciese desear; sin embargo era Dios encarnado, la luz del cielo y de la tierra. Su gloria estaba velada, su grandeza y majestad ocultas, a fin de que pudiese acercarse a los hombres entristecidos y tentados.
Dios ordenó a Moisés respecto a Israel: “Hacerme han un santuario, y yo habitaré entre ellos” (Éxodo 25:8), y moraba en el santuario en medio de su pueblo. Durante todas sus penosas peregrinaciones en el desierto, estuvo con ellos el símbolo de su presencia. Así Cristo levantó su tabernáculo en medio de nuestro campamento humano. Hincó su tienda al lado de la tienda de los hombres, a fin de morar entre nosotros y familiarizarnos con su vida y carácter divinos. “Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”. Juan 1:14.
Desde que Jesús vino a morar con nosotros, sabemos que Dios conoce nuestras pruebas y simpatiza con nuestros pesares. Cada hijo e hija de Adán puede comprender que nuestro Creador es el amigo de los pecadores. Porque en toda doctrina de gracia, toda promesa de gozo, todo acto de amor, toda atracción divina presentada en la vida del Salvador en la tierra, vemos a “Dios con nosotros” (El Deseado de todas las gentes, pp. 14, 15).