Martes 19 de noviembre | Lección 8
PROFECÍAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO ACERCA DE JESÚS: PARTE I
En una discusión con los líderes religiosos acerca de su identidad, Jesús se pronunció en favor de la autoridad de las Escrituras. A primera vista, parecería innecesario que lo hiciera, pues ellos creían en la Palabra. Sin embargo, lo hizo para mostrarles quién era, independientemente de cuán duros fueran sus corazones y de cuánto lucharan contra la convicción impulsada por la evidencia. Por su parte, Juan registra muchas citas directas y alusiones al Antiguo Testamento que señalan a Jesús como el cumplimiento de las promesas mesiánicas bíblicas.
¿Qué relación existe entre los siguientes pasajes del Nuevo Testamento y del Antiguo Testamento? Es decir, ¿cómo utiliza el Nuevo Testamento estos textos para dar testimonio en favor de Jesús?
No solo Juan, sino también Pedro, Pablo, Mateo, Marcos, Lucas y todos los escritores del Nuevo Testamento subrayan una y otra vez, bajo la inspiración del Espíritu Santo, cómo la vida, la muerte, la resurrección y la ascensión de Jesús de Nazaret al Trono de Dios son el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento.
Y, aunque Jesús estaba continuamente destacando ante los discípulos las Escrituras que predecían su ministerio, ¿cuándo entendieron ellos finalmente que las Escrituras lo señalaban a su muerte y resurrección? Fue recién después de que murió, resucitó y se les apareció. "Por eso, cuando Jesús resucitó de los muertos, sus discípulos se acordaron de que había dicho esto. Y creyeron en la Escritura y en la palabra de Jesús"
Reavivados por su Palabra: Hoy, Hechos 23. CB
Dios se buscó un mensajero en Juan el Bautista para preparar el camino del Señor. Este debía dar al mundo un testimonio resuelto al reprobar y denunciar el pecado. Lucas, cuando anuncia su misión y su trabajo, dice: “E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto”. Lucas 1:17…La voz de Juan resonó como una trompeta. Su comisión era: “Anuncia a mi pueblo su rebelión, y a la casa de Jacob su pecado”. Isaías 58:1. No había recibido educación en las escuelas humanas. Dios y la naturaleza habían sido sus maestros. En la tarea de preparar el camino para el advenimiento de Cristo se necesitaba a uno que fuera tan valiente como para hacer oír su voz al igual que los profetas de la antigüedad, y amonestar a la nación degenerada para que se arrepintiera (Mensajes selectos, t. 2, pp. 167, 168).
Había sido enviado por Dios un heraldo que proclamase la venida de Cristo para llamar la atención de la nación judía y del mundo a su misión, a fin de que los hombres pudiesen prepararse para recibirle. El admirable personaje a quien Juan había anunciado había estado entre ellos durante más de treinta años y no le habían conocido en realidad como el enviado de Dios. El remordimiento se apoderó de los discípulos porque habían dejado que la incredulidad prevaleciente impregnase sus opiniones y anublase su entendimiento. La Luz de este mundo sombrío había estado resplandeciendo entre su lobreguez, y no habían alcanzado a comprender de dónde provenían sus rayos. Se preguntaban por qué se habían conducido de modo que obligara a Cristo a reprenderlos. Con frecuencia repetían sus conversaciones y decían: ¿Por qué permitimos que las consideraciones terrenales y la oposición de sacerdotes y rabinos confundiesen nuestros sentidos, de manera que no comprendíamos que estaba entre nosotros uno mayor que Moisés, y que uno más sabio que Salomón nos instruía? (El Deseado de todas las gentes, pp. 468, 469).
Una luz resplandecía en derredor de la tumba, pero el cuerpo de Jesús no estaba allí. Mientras se demoraban en el lugar, vieron de repente que no estaban solas. Un joven vestido de ropas resplandecientes estaba sentado al lado de la tumba. Era el ángel que había apartado la piedra… Les dijo: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, mas ha resucitado: acordaos de lo que os habló, cuando aun estaba en Galilea, diciendo: Es menester que el Hijo del hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día”.
¡Ha resucitado, ha resucitado! Las mujeres repiten las palabras vez tras vez. Ya no necesitan las especias para ungirle. El Salvador está vivo, y no muerto. Recuerdan ahora que cuando hablaba de su muerte, les dijo que resucitaría. ¡Qué día es este para el mundo! Prestamente, las mujeres se apartaron del sepulcro y “con temor y gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a sus discípulos” (El Deseado de todas las gentes, pp. 732, 733).
Juan 8:54-58