LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA:
PARA MEMORIZAR:
Yo sanaré su rebelión, los amaré de pura gracia; porque mi furor se apartó de ellos"
Aunque Pedro negó a Jesús tres veces, tal como Jesús había predicho (Mat. 26:34), esas negaciones no fueron el final de la historia. Después de la resurrección, Jesús le preguntó:" 'Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que estos?' Le respondió: 'Sí, Señor. Tú sabes que te quiero'. Jesús le dijo: 'Apacienta mis corderos'. Volvió Jesús a preguntarle: 'Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?' Pedro le respondió: 'Sí, Señor. Tú sabes que te quiero'. Le dijo: 'Apacienta mis ovejas'. Por tercera vez le preguntó: 'Simón, hijo de Jonás, ¿me quieres?' Pedro se entristeció de que le preguntara por tercera vez '¿Me quieres?', y respondió: 'Señor, tú sabes todas las cosas. Tú sabes que te quiero'. Jesús le dijo: 'Apacienta mis ovejas'" (Juan 21:15-17). Así como Pedro había negado a Jesús tres veces, Jesús restauró a Pedro tres veces por medio de la pregunta crucial: "¿Me amas?"
Por diferentes que sean nuestras circunstancias de las de Pedro, en muchos aspectos el principio es el mismo. Es decir, la pregunta que Jesús había hecho a Pedro es, en realidad, la pregunta definitiva que Dios nos hace a cada uno de nosotros en nuestro tiempo y lugar: ¿Me amas? Todo depende de nuestra respuesta a esa pregunta.
Tres veces después de su resurrección, Cristo probó a Pedro. “Simón, hijo de Jonás —le dijo—, ¿me amas más que éstos?”... Esta pregunta escudriñadora fue necesaria en el caso de Pedro, y es necesaria en nuestro caso. La obra de restauración nunca puede ser completa a menos que se llegue a las raíces del mal. Una y otra vez se han cortado los brotes, mientras que se ha dejado que la raíz de la amargura brote y contamine a muchos; pero es necesario llegar a la misma profundidad del mal oculto, juzgar los sentidos morales, una y otra vez, a la luz de la presencia divina. La vida diaria dará testimonio de si la obra es genuina o no. Cuando, la tercera vez, Cristo le dijo a Pedro: “¿Me amas?”, la prueba llegó al centro del alma. Pedro, juzgándose a sí mismo, cayó sobre la Roca, diciendo: “Señor, tú sabes todas las cosas; tú sabes que te amo”. —Comentarios de Elena G. de White, en Comentario bíblico adventista del séptimo día, tomo 1, pág. 101. 5, págs. 1151, 1152. El corazón de Dios anhela a sus hijos terrenales con un amor más fuerte que la muerte. Al entregar a su Hijo, derramó sobre nosotros todo el cielo en un solo don. La vida, la muerte y la intercesión del Salvador, el ministerio de los ángeles, la súplica del Espíritu, el Padre obrando por encima y a través de todo, el interés incesante de los seres celestiales, todo está alistado en favor de la redención del hombre. ¡Oh, contemplemos el asombroso sacrificio que se ha hecho por nosotros! Tratemos de apreciar el trabajo y la energía que el Cielo está gastando para rescatar a los perdidos y traerlos de vuelta a la casa del Padre. Motivos más fuertes y agentes más poderosos nunca podrían ponerse en funcionamiento; Las abundantes recompensas por hacer el bien, el goce del cielo, la compañía de los ángeles, la comunión y el amor de Dios y de su Hijo, la elevación y extensión de todos nuestros poderes a través de las edades eternas, ¿no son estos poderosos incentivos y estímulos para impulsarnos a dar el servicio amante del corazón a nuestro Creador y Redentor?—El Camino a Cristo, pág. 21. Todo el amor paternal que ha llegado de generación en generación por conducto de los corazones humanos... no es más que un pequeño arroyuelo en el océano sin límites cuando se lo compara con el amor infinito e inagotable de Dios. La lengua no puede expresarlo; la pluma no puede describirlo. Podéis meditar en él todos los días de vuestra vida; podéis escudriñar diligentemente las Escrituras para entenderlo; podéis hacer acopio de todo poder y capacidad que Dios os ha dado en el esfuerzo por comprender el amor y la compasión del Padre celestial; y, sin embargo, hay una infinitud más allá. Podéis estudiar ese amor durante siglos; sin embargo, nunca podréis comprender plenamente la longitud y la anchura, la profundidad y la altura del amor de Dios al dar a su Hijo para morir por el mundo. La eternidad misma nunca podrá revelarlo plenamente.—Testimonios para la iglesia, tomo 5, pág. 740.
Juan 8:54-58
1 Corintios 1:26-29
26 Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; 27 sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; 28 y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, 29 a fin de que nadie se jacte en su presencia.